He estado todo el día pensando hacer una entrada en el blog respecto a esto, pero como otras veces, la inspiración llega cuando te quedas sólo, la mente vuela y los recuerdos hacen lo suyo, retornar. Casi no hago la entrada, pero he recordado que la anterior entrada referente a este día la hice el 23 de abril de 2012 (la podéis ver aquí). Vista la fecha, no he querido dejar pasar la oportunidad de comentar lo que viene a continuación.
Empezamos en la visita a la consulta de mi médico.Cuando acabé de contarle lo que me ocurría, mi mirada se paseó por las estanterías de la biblioteca que tenía en su despacho. Reconocí algunos de ellos, pero mi sorpresa fue enorme cuando me encontré con el lomo de la primera novela de ciencia ficción que leí hace ya muchos años, y en la misma edición que aún conservo... en alguna parte de ese agujero negro que es el trastero. Era la novela de Arthur C. Clarke "2001, una odisea espacial". Se lo comenté de inmediato (al médico) y terminamos hablando de nuestros escritores favoritos de ciencia ficción (y no eran los mismos, algo que era de esperar).
Portada de mi edición de la obra |
Para un observador ajeno a la situación (como si estuviéramos hablando de un observador inercial en un problema de cinemática, por ejemplo) como podía ser mi mujer, que me acompañaba en la consulta, la conclusión podría haber sido que se nos había ido de foco el tema de la visita (o en otros términos, que se nos había ido la pinza a los dos). Pero la verdad es que gracias a esa conversación, recordé esas lecturas que me acompañaron ya hace muchos años, en horas de lectura robadas al sueño y en calurosas tardes de verano. Pensé en releer libros con los que disfruté infinidad de veces cuando el tiempo discurría más lento y los problemas eran otros. Nada más fácil, sólo tenía que ir a mi archivo de libros (comúnmente llamado trastero, donde van a parar los libros que tenías antes de casarte y que ahora, por la estética doméstica y la decrepitud y deterioro de muchos de ellos, no te atreves a ponerlos a la vista). Esto significaba que tenía que hacer movimiento de masas (cajas, cajas y más cajas). Sin embargo ni con ese firme propósito (que no la capacidad física, pues ese era el motivo de la visita al médico, una fuerte contractura) los libros podían conseguirse, no estaban accesibles porque se encontraban en algún estrato profundo en el trastero, como si fueran restos fósiles de alguna etapa en la prehistoria.
La solución vino de la mano de un libro electrónico, un Kindle de Amazon (parece que es matar moscas a cañonazos, pero ya hacía tiempo que estaba interesado en ellos y no daba el paso necesario para tenerlo, o hacer el gasto, que es lo mismo). Y junto al libro (tardé 5 minutos en comprarlo), horas y horas de trabajar con mi archivo de libros electrónicos (comúnmente llamado disco duro) editando portadas, títulos, autores... gracias a la aplicación Calibre.
Ahora llevo una buena colección de relatos cortos y obras (de Clarke, Asimov, Bradbury, Heinlein, Lem, Niven, Pohl... en mi kindle, los libros que me acompañaron tantas veces. Y por ese motivo... ahora no paro de leer.
Y la deuda con mis libros olvidados ya está saldada. No volverán a estar solos. Vienen conmigo.
Mientras acabo esta entrada veo en el reloj de mi ordenador que pasan 75 minutos de las 12:00 de la noche del día 23 de Abril de 2014, día del libro.